sábado, 1 de julio de 2017

HUMANO

¿Cómo encontrarse a uno mismo en medio de la masa gelatinosa que fluye por nuestras ciudades como lava incandescente?. El avance de las comunicaciones que achican el mundo, y a la vez, lo hacen un lugar menos lindo y más impersonal, me aterra. 
No puedo recordar donde quedó el hilo que me unía a la tierra mojada,  a un libro de Cortázar o a una conquista tímida y estúpida con frases de alguna cancioncilla de moda.
No me gusta lo que hicimos con el planeta, hacia donde lo llevamos.

Hoy escuché un disco de Nirvana, no importa cual.... eso es un detalle. Hice el ejercicio de cerrar los ojos, prendí un cigarrillo, eché mi cabeza hacia atrás en el sillón y viajé a 1995.... me ví sentado en la sala de clases, junto a mis compañeros, mi profesora de castellano...
Hacía ya un año que Kurt había muerto, entonces yo no sabía nada del club de los 27; a pesar de ya haber descubierto el rock and roll vía The Doors un par de años antes. ¿Cómo podía yo relacionar entonces a Jim Morrison y a Kurt Cobain? IMPOSIBLE..... Sólo sabía una cosa. Me gustaba la canción The Man Who Sold The World, me tomó un buen tiempo enterarme de que tampoco era un tema de Nirvana, bueno... así las cosas.
Recuerdo la urgencia con la que volvía de clases para poder sintonizar MTV en mi televisor, y disfrutar toda la tarde de sus programas y sus videos, después salir a la calle con mis amigos de entonces y todavía (GRACIAS) y comentarlos y discutir cosas fundamentales: fútbol, mujeres o rock and roll.... no importa el orden... que manera de vivir señor.
Tantas jornadas dedicadas a compartir, a estar, a callar, a mirar, a oler, a divertirnos, a jugar...
¿En qué momento se torció el mundo? ¿En qué minuto el hombre vendió al mundo?.......

Ahora creo que puedo comparar a Jim y a Kurt, pero también puedo a John Lennon y a Edgar Allan Poe, o a Syd Barret y Chris Cornell..... son la misma persona, es la misma emoción, el mismo encanto, es el mismo arte. 
Solo en el arte encuentro el escape para viajar cuantas veces quiera hacia tiempos que ya no tendré jamás, hacia las pequeñas locuras de los 15 años, cuando las personas todavía eran amables y conversaban entre sí y se saludaban y se sonreían al pasar.

A todos los artistas que hicieron, hacen y harán del mundo un lugar más humano donde vivir.

lunes, 21 de enero de 2013

Acerca de la música.

No recuerdo bien cuando empezó mi amor por la música, pero si sé que The Doors marcó el inicio de un viaje que no terminaría jamás. Fue a mediados del año 93 cuando los escuché por primera vez y desde entonces mi vida cambió para siempre.
¿Quién es ese desquiciado que puede dar alaridos demenciales y al mismo tiempo ser sutil al punto de envolverte con su aterciopelada voz? ¿Y esa banda tan extraña que lo acompaña, con esos sonidos de órgano y guitarra intergalácticas?. ¿Será posible que al fin encontrara eso que tanto tiempo busqué?.
Sí. Eran los Doors. Era magia pura.
La primera vez que escuché The Crystal Ship creí que me iba a volver loco, con un Morrison calmo, pero certero, un órgano muy suave de fondo y un piano ejecutado por Dios. La guitarra llevaba solo unas notas de acompañamiento, no se necesitaba más que eso, la batería de Jhon era el punto exacto entre el cielo y el infierno. Pensé que era la mejor canción que había oído en mi vida. Todavía lo pienso.
Pero no fue hasta que escuché The End, que la locura se hizo realidad.
Apagué la luz y le dí play a la cassetera de mi radio y comenzó el sueño, once minutos después decidí que no iba a despertar de ese trance jamás.
Hoy, en el año 2013, y a casi 20 años de mi hallazgo, solo quiero darle las gracias a la música por hacer de mí lo que soy, por mantenerme vivo, por hacerme reir y llorar, por estar en cada lugar al que voy, por ser mi compañera, por levantarme cuando me caigo, y por tantas cosas más, pero principalmente quiero agradecer a los Doors por haber sido el vehículo cósmico que me salvó para siempre.
Gracias Ray, Jhon, Robby, Jim. Gracias.